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viernes, 12 de septiembre de 2025

Plásticos para siempre: el fracaso de los acuerdos internacionales para frenar la contaminación

 

Hace apenas tres años, los líderes del mundo prometieron un tratado “histórico” para acabar con la contaminación plástica. Hoy, la producción global de plásticos sigue aumentando y el pacto que debía frenar esa marea se encuentra en punto muerto.
Lo que fue presentado como un hito ambiental se ha convertido en un símbolo de la incapacidad internacional para actuar frente a uno de los problemas más persistentes del siglo XXI.

“Estamos discutiendo sobre el diseño de un salvavidas mientras el barco sigue hundiéndose”, dijo Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), tras la fallida ronda de negociaciones en Ginebra en agosto de 2025.

Un tratado que prometía cambiarlo todo

En marzo de 2022, durante la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 175 países aprobaron por consenso una resolución para crear un instrumento jurídicamente vinculante destinado a acabar con la contaminación por plásticos.
El plan era ambicioso: regular todo el ciclo de vida de los plásticos —desde el diseño y la producción hasta su eliminación—, incluir límites a la fabricación de plásticos vírgenes, restringir aditivos tóxicos y establecer mecanismos de financiamiento para los países con menos capacidades técnicas.

El Comité Intergubernamental de Negociación (INC, por sus siglas en inglés) quedó encargado de redactar el tratado. Cinco sesiones oficiales entre 2022 y 2025 buscaban entregar el texto final antes de que termine el año.

Pero en la práctica, las reuniones han dejado más frustración que avances.

Las grietas que bloquearon el acuerdo

El punto más conflictivo fue el más obvio: limitar la producción de plásticos vírgenes.
Más de cien países —incluidos miembros de la Unión Europea, Chile, Ruanda y Japón— defendían establecer cuotas obligatorias de reducción, pero las naciones productoras de petróleo y petroquímicos, encabezadas por Estados Unidos, Arabia Saudita y Kuwait, rechazaron cualquier compromiso vinculante.

“No se trata solo de reciclaje. Si no reducimos la producción, no podremos frenar la contaminación”, advirtió Christina Dixon, analista de la organización Environmental Investigation Agency, en declaraciones a Financial Times.

Otros temas multiplicaron las divisiones:

la regulación de miles de sustancias químicas presentes en los plásticos,

el financiamiento de la transición para los países en desarrollo,

y la discusión sobre si el tratado sería legalmente obligatorio o solo un marco de compromisos voluntarios.

Cada una de esas disputas fragmentó aún más las negociaciones.

Ginebra: el colapso final

La quinta y última sesión de negociaciones, celebrada en Ginebra en agosto de 2025, era vista como la oportunidad definitiva para sellar el tratado.
No ocurrió.

El borrador final eliminó los límites de producción, debilitó la regulación de aditivos y postergó cualquier decisión sobre financiamiento.
Delegaciones de países africanos abandonaron temporalmente las mesas de trabajo en señal de protesta; representantes de organizaciones ambientales denunciaron que el texto “había sido vaciado de contenido”.

“Sin metas obligatorias, este tratado es solo papel mojado”, declaró Graham Forbes, de Greenpeace Internacional. “La industria petroquímica ha ganado tiempo; el planeta ha perdido tiempo”.

Mientras tanto, la producción crece

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que la producción mundial de plásticos superó las 430 millones de toneladas en 2024 y que, si no hay medidas drásticas, podría aumentar un 70 % para 2040.
Más del 60 % de esos plásticos terminan como desechos en vertederos, ríos y océanos, y menos del 10 % se recicla de forma efectiva.

La contaminación plástica no solo amenaza a la fauna marina y terrestre.
Estudios recientes han detectado microplásticos en agua potable, en placentas humanas y en tejidos cardíacos.
“Ya no hablamos de contaminación externa: el plástico está entrando en nuestros cuerpos”, explicó la toxicóloga Sherri Mason, investigadora de la Penn State Behrend.

Por qué los acuerdos no funcionan

Varios factores explican el fracaso.
Los intereses económicos pesan más que la voluntad ambiental: limitar la producción implicaría afectar a industrias que generan cientos de miles de empleos y miles de millones de dólares en exportaciones.
Además, el sistema de negociación por consenso permite que unos pocos países bloqueen cualquier avance ambicioso.

La influencia del lobby petroquímico también ha sido determinante.
Durante las rondas del INC, organizaciones civiles denunciaron que representantes de la industria participaron en los grupos de trabajo que redactaban el texto, diluyendo propuestas clave y defendiendo un enfoque centrado exclusivamente en el reciclaje, no en la reducción de producción.

“Es como dejar que los fabricantes de cigarrillos redacten un tratado contra el tabaquismo”, criticó Graham Forbes.

Un futuro atascado en plástico

El fracaso de Ginebra deja al mundo sin una hoja de ruta clara para enfrentar un problema que crece sin pausa.
Los océanos seguirán recibiendo cada año más de 11 millones de toneladas de plásticos, según el PNUMA; y, sin reglas globales firmes, los países con menos recursos quedarán expuestos a los costos ambientales y sanitarios más altos.

Cada año que pasa sin un acuerdo efectivo, el plástico se consolida como parte permanente del paisaje —y del organismo humano.

“Lo más preocupante no es solo la contaminación que ya existe”, señaló Andersen, del PNUMA. “Es que seguimos fabricando un material que tardará siglos en desaparecer, como si el tiempo no contara”.

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